Entre Bilbao y
Castilla, pasando por Valdivielso:
EL POETA DON ESTEBAN
CLEMENTE ROMEO
Fue un gran
poeta, uno de los grandes. No en vano en su esquela, bajo su nombre, pusieron
“POETA”. Más abajo se añade en cursiva que era “médico cirujano de niños”,
profesión que efectivamente ejerció en Bilbao, siendo médico del Santo Hospital
Civil (actual Hospital de Basurto) desde el año 1917, y residiendo en la Villa
durante 52 años, hasta su fallecimiento acaecido en 1969. Con respecto a su
vida anterior, en 1914, en ANTOLOGÍA DE POETAS VALLISOLETANOS MODERNOS, se dice
de él que "Nació en Valladolid, el 3 de Agosto de 1887. Estudió Medicina
con brillantes calificaciones, y fué alumno interno,
por oposición, en el Laboratorio de Histología, Anatomía Patológica y
Bacteriología. Su afición á las bellas artes le llevó
á cursar pintura y escultura en la Academia de Bellas
Artes de Valladolid. Actualmente ejerce su profesión en la villa de Hoyos
(Cáceres)." En la nota necrológica
que le dedicó el prestigioso historiador Manuel Basas se resume magistralmente
la trayectoria vital de Esteban Clemente Romeo (ECR) y os recomiendo su lectura
en la foto que adjunto. En la hemeroteca de El Correo/ El Noticiario Bilbaíno
hay abundante información sobre este poeta y pediatra que llegó a Bilbao con sus
padres, Julián Esteban Olalla, fallecido en Bilbao el 28 de junio de 1938 a los
89 años de edad, y Carmen Romeo Cuartero, fallecida en la misma ciudad en abril
de 1936. ECR residió siempre en la casa familiar de la Alameda de Urquijo nº 19, con sus hermanas Pilar y Florencia, y con su
hermano Lorenzo, que fue un conocido maestro y pedagogo. Los cuatro hermanos se
dedicaron durante muchos años a formar una notable colección de objetos
antiguos y una fabulosa biblioteca con valiosos y raros ejemplares. Manuel
Basas, creador y director del Archivo Histórico y Biblioteca Municipal de
Bilbao, afirma en su artículo que la importante y valiosa colección de los
hermanos Clemente Romeo, a la que estos habían dedicado sus dineros y sus
esfuerzos durante muchos años, contenía un tesoro de piezas artísticas de gran
calidad que ellos habían ido reuniendo con la idea de fundar un legado que
podría dar para llenar diez o doce salas de un museo. Florencia Clemente Romeo
falleció tan solo unos días antes de hacerlo Esteban; Lorenzo les sobrevivió
durante 3 años, hasta 1972. Tanto ellos, como sus padres, fueron enterrados en
el panteón que la familia tenía en Ávila.
Sin embargo,
ni El Correo, ni los diarios y revistas donde he encontrado publicaciones
relativas a ECR, mencionan para nada su estrecha relación con Valdivielso. Que
el libro titulado “El pastor de San Medel y otros poemas” haya llegado a Radio
Valdivielso, y que Felipe Rodriguez Garcia haya aportado una información considerable, nos
permite a todos realizar un maravilloso descubrimiento. Por lo que a mí
respecta, ayer me pasé toda la tarde leyendo sin parar, uno tras otro y vuelta
a empezar, los 17 poemas del libro en cuestión. Se trata de una colección de
poemas largos con un soneto intercalado entre cada uno de ellos y el siguiente.
El libro está editado en 1947, por lo que es de suponer que los veraneos que se
traslucen en estos poemas podrían fecharse en la primera mitad de los años 40,
aunque pienso que es muy probable que transcurrieran en años anteriores, incluso
antes del 36, porque me ha llamado la atención que en el poema “El vergel del
abuelo Martín” se mencionan los pontones para ir de Población a Condado, y
tengo entendido que dichos pontones dejaron de existir cuando, nada más
terminar la guerra, se inauguró el puente. Si los nombres que ECR menciona
fueran reales, estos podrían ser de gran utilidad para la datación, pero me
temo que están cambiados, como en el poema “La voz del silencio”, donde creo
que solo el párroco, don Pedro López, podría ser real:
Por la tarde
–con sol
de bochorno- en saliendo
del Rosario, al albergue
los vecinos vinieron
a dar la bienvenida
y a ofrecer, cumplideros,
-como en
Castilla se hace-
sus almas y sus cuerpos.
Y después
fuimos todos
-el párroco
don Pedro,
el alcalde tío Roque,
don Ambrosio el casero,
don Juan el secretario,
el alguacil Apelio,
tío Cruz, un patriarca
que tenía diez nietos,
los diez y más chiquillos
que a nosotros se unieron-
al pago del Nogal
por el Camino Viejo.
O en el caso
de Juan y Casilda, los ancianos habitantes del palacio de “Puentearenas”,
que no sé si alguien podría reconocer:
─«Aquí
ya estás bien –agrega-
y ahora un poco de vinillo
por si el susto te destempla.
¡Pero si
estás como un pez!
¡Casildilla!... mi jaqueta.
─¿Para qué? ─¡La de
casarnos!,
¡la del domingo!, ¡la buena!»
Y una voz
ahilada y suave
le responde con lindeza:
─«¿Vas de boda o de concejo?
─¡Vamos, Casilda! ¿A qué esperas?
¿No ves que se está el buen mozo
calando las entretelas?
─Ay,
Virgen de Pilas… ¡Juan!
¡Si creí que eran burletas
lo que me hablabas! ¡Dios mío!
─Vamos,
ama. No te duermas.»
Y el ama
viene, temblona,
renqueando, con la prenda.
He de
confesar que mi lectura ha sido muy subjetiva, pues en cada poema he encontrado
vivencias mías, algunas casi olvidadas, expresadas con un verbo que en
ocasiones me ha taladrado el alma. En “El vergel del abuelo Martín” me he
sentido junto a mi propio abuelo en su finca de Rasillos: «Termino con este
surco,/ luego en las guías apaño/ los paisanes para casa/ y un costal para el mercado// (…) Y
entre recalce y desqueje,/ corte, escarda y acollado,/ mientras el sol va
subiendo/ nosotros vamos charlando.// Suda el abuelo. Se empina/ como espadaña
de charco/ que dobla la ventolera/ después que pasa el chubasco.» En las descripciones
de las tormentas de verano he sentido la luz extraña, el viejo temor y los
aromas de antaño. Al viejo “Pastor de San Medel” me parecía haberlo visto en
mis correrías de Quecedo a Tejada, como si yo me hubiera sentado a su lado en
las peñas, charlando con él mientras sentía el olor de las cabras:
Anuda un
silencio corto
y mirándome a la cara:
─«¿De dónde venís? –inquiere-.
─De la
gran villa encantada
que ayer tuvo siete calles
y hoy es dédalo, de tantas.»
(…)
Me sonríe;
por sus ojos
parece que fluye el alma:
─«Ni
consejos que no cuecen,
ni advertencias que no cuajan,
hay que escaldarse en la lumbre
para aprender a domarla;
hay que batallar con brío
para sufrir la probanza.
De esta vida
no se sabe
más que de la otra. La gala
está en tomar nuestra cruz
como un cetro y soportarla».
(…)
─«Este
mundo es una feria
de vanidades humanas
donde claudica el más probo
y el más honesto resbala; (…)
donde las siete virtudes
como naipes se barajan; (…)
donde el charlatán es sabio
y es ignorante el que calla,
donde el fariseo triunfa
y el hombre de bien fracasa,
donde uno hay que siempre es yunque
y otro que es macho y aplasta…
Este mundo
es un corrillo
de compadres y de tránsfugas.»
Los poemas
largos tienen un aire de viejos romances narrativos, con muchas reflexiones
filosóficas al estilo de un Marqués de Santillana o un Jorge Manrique, con
pasajes divertidos y sensuales que podrían hacer recordar al Arcipreste de
Hita, pero con un verbo moderno y ágil, con una frescura y una ironía que,
según estamos leyendo, nos columpian entre el más puro recato sobrio de la
primitiva poesía castellana y la osadía de las vanguardias del siglo XX, y
también hay algo de romanticismo historicista, pero sin prescindir de duras y
repentinas pinceladas expresionistas.
Me he partido
de risa con la moza de Población en “La moza del trillo”: ─«¡Ay, mocita burgalesa!,/ ¡ay, rosa de Población/ de
Valdivielso!, ¿qué ocurre?/ ¡¿qué te pasa, di, por Dios?! / ─¡Qué
me va a pasar! Que el trillo/ se tiembla como un ladrón,/
y la Gallarda y el burro…/ ¡…la madre que los parió!/ ─¡Ay, Jesús!» La
buena moza/ pega un salto de capón,/ cae de bruces,
quiebra el torso/ y en el trance se abre al sol,/ como sombrilla, la saya/
enseñando el corvejón/ y unas labores en mármol/ como Fidias no esculpió (…)»
Y es
imposible aguantar las lágrimas leyendo “El dolor ignorado”, un poema pacifista
en el mejor estilo de los que escribieron muchos poetas europeos después de la
Gran Guerra. Solo que aquí sería otra guerra. Empieza así:
Ay,
pastorcilla de Arroyo,
ama de un hato de ovejas
que corre los praderíos
de Valhermosa a la Tesla,
¡qué tristes son los senderos
cuando los anda la pena!
Y, después
de unas estrofas bellísimas, donde se retrata magistralmente una naturaleza que
gime de angustia con la pastora por la incertidumbre y la larga espera,
termina:
«─Ay,
Virgencita de Pilas,
con tanto como en su ausencia
te pedí, con toda el alma,
que tú me lo protegieras…
¡Me lo han
matado, señor!
¡Que no hay
justicia en la tierra!
Y era bueno
como el pan,
no tuvo odios ni querellas…
Me lo han
matado. ¡Amor, mío!
Ya no verá
mis ovejas,
ni el Ebro, ni los Arceles,
donde solía ir con ellas.
Ya no irá al
salir de misa
bajo el atrio a la bolera,
ni al baile a San Zadornil,
ni a la Redonda a las fiestas,
ni al molino maquilero,
ni a mi vergel, ni a mi vela…
Ya sobra el
agua en el río,
sobra la fruta en la huerta,
ya sobra el pan en las trojes
y la luz en mi candela.
Ya me sobran
la cayada
y el rebaño y la floresta.
Ya sobra
todo en el mundo.
¡Ya sobro
yo!... ¡Que suya era!...
Me lo han
matado, señor,
¡no hay justicia ni conciencia!...
─¿Quién te lo ha matado, pobre?
─Todos
y nadie… ¡la guerra!»
¿Se inspiró
ECR en su propia tragedia personal para lograr esta expresión de dolor tan
desgarrada? Me surge esta pregunta a raíz de lo que ha contado Felipe Rodríguez
en Radio Valdivielso, cuando hablaba de los veraneos del poeta, ya anciano, en
los años 60, y las conversaciones que don Esteban tenía con sus padres, que los
hospedaron a él y a su hermana Florencia en su casa de Población.
Y vamos del
llanto a la risa, pues tremendamente jocosas y divertidas son las coplas de “El
hidalgo de Ailanes”. En ellas se describe con mucho
humor la peripecia de Juan Ruiz y Huidobro, que desde Condado se fue a la Real
Chancillería de Valladolid para obtener prueba de su hidalguía y su limpieza de
sangre, pero luego emprendió viaje de retorno a Valdivielso con la sobrina de
un Vicario, y algo más, mientras este le gritaba: «Otra vez que vengas,/ a limpiar la sangre/ te vas al mar Caspio.»
Como ya he
dicho, intercalados entre los poemas largos hay sonetos. Pero también hay una “solerilla”, una estrofa que inventó ECR y que resulta
especialmente musical y graciosa. En este caso el tema es además un poco
enigmático, pues el poeta habla de una niña “cunera” (expósita) que se estaba
criando en Tartalés, probablemente encomendada por la
Junta de Beneficencia a una nodriza, y cuya situación de abandono y soledad
conmovió al poeta. Y la solerilla que le dedicó a la
niña se titula precisamente así: “La cunera de Tartalés”
Capullito de
Rosa,
sin amor, que ha nacido
donde cuelga su nido
la oropéndola hermosa.
Una áurea
mariposa
del edén ha venido
a ofrendarle, en su olvido,
su caricia amorosa.
Rosa, la sin
fortuna,
que por pan tiene el día
y la noche por cuna.
¡Oh, Rosa! ¡Flor sombría
del dolor, que a la luna
de Tartalés se cría!
De don
Esteban solo he leído, además de este poemario, su libro “Romances de
Castilla”, que es anterior, de 1938, y algunos poemas sueltos publicados en
periódicos y revistas, muchos de tema religioso y algunos de tema amoroso. He
de decir que “El pastor de San Medel y otros poemas” es de lo mejor que he
leído de este poeta. Creo que sus veraneos en Valdivielso le resultaron muy
inspiradores y dieron buenos frutos. También pienso que, para hacerme una idea
más consistente, tendría yo que leer algunos más de los 27 poemarios que
publicó a lo largo de su vida. Y es que las publicaciones periódicas de la
época que le tocó vivir a don Esteban, sobre todo las de su época de madurez
como poeta, estaban sometidas a una rígida censura, por lo que la selección que
pudieron hacer no es fiable, y yo diría que, en general, no le hacen justicia.
Ciertamente
ECR vivió en tiempos y lugares difíciles para la poesía. La Villa de Bilbao, en
palabras de nuestro poeta «la gran villa encantada,/ que ayer tuvo siete
calles/ y hoy es dédalo de tantas», donde el vivió
más de 50 años de su vida, donde yo nací y me crié sintiendo amor y
desesperación por un lugar donde los poetas eran seres marginales entre
ingenieros, empresarios, economistas, bancarios, etc., ha sido desde siempre la
Villa de don Diego López de Haro, pero si don Íñigo López de Mendoza se subiera
un día a la escalinata de la Diputación y se pusiera a recitar sus bellos poemas,
me temo que muy pocos viandantes se detendrían para escucharle, y más de uno
diría: «Y este… ¿qué vende?». Aun así ECR era un hombre sociable que
participaba en las escasas tertulias literarias bilbaínas, y de él conservó
recuerdo Luis de Castresana, que contaba como les leía poemas suyos y les hablaba de Unamuno, al que
había conocido. Por otra parte, en 1967 Gabriel Aresti
convocó en los locales del diario bilbaíno Hierro una mesa redonda de poetas
residentes en Bilbao. He aquí varias intervenciones de Esteban Clemente Romeo:
«- Cada uno tiene una manera de pensar y ver las cosas. En mi libro "Bodas
de oro con las musas" explico cómo pienso yo como poeta. A mí me parece
que los poetas, dentro de la sociedad, tenemos la categoría de pájaros. Cada
uno canta su cántico: unos, según el ambiente en que están, mejor, peor... que
no es mejor ni peor, sino que es más agradable a unos oídos que a otros...»; «-
La poesía sirve para los efectos. Así como a unos les ha dado Dios la gracia
para hacerla, a otros les ha dado la gracia para digerirla, aunque los que la
digieren son muy pocos...»; «-El medio geográfico influye sobre lo orgánico y
sobre lo anímico, sobre el espíritu y sobre el arte.»; « - La poesía
sentimental la siente el pueblo, porque es el que más sufre, y cuando uno canta
sus sufrimientos, lo que más entiende, llegan al pueblo... Todos hemos tenido
una vida poco más o menos, algo violenta... La poesía, primero, a quien le
sirve es al propio poeta, porque le consuela, la poesía a quien más le gusta,
es a quien la escribe. Yo tengo versos que los digo todos los días...»; «- Cada
poeta es un ente distinto a todos los demás. Le gustan a uno los que son afines
a él. Hay que tener cuidado con las lecturas: el poeta debe guardarse de
influencias. Leo a Horacio, pero hay que leerle por malicia, porque Horacio da
muy buenos consejos...».
El tiempo
transcurrido tampoco ha hecho favor a don Esteban. Ahora nadie lo conoce,
aunque su vida, en medio de todo, fue rica y fructífera. Ya lo dijo él en su
poema “Puentearenas”, a propósito de la pareja de
ancianos que cuidaba del viejo palacio:
Así el
tiempo va pasando
como labor de hilandera,
que el tiempo es hilo que corre
del copo al huso en la rueca;
no sin dejar en el alma
como reliquia su huella
y en el corazón la miel
o la hiel de la tarea;
que hilar es vivir, y el tiempo
giro en la devanadera.
Y me
pregunto cuántas puertas se abrirían hoy en Valdivielso como la que se abre al
final del inquietante y fantasmagórico poema “La voz del silencio”: Al despuntar el
sol,/ de repente, me despierto:/ han llamado a la puerta/ con los nudillos,
quedo…/ «¿Quién es?» Nadie responde./ Abro y era ¡el
silencio!
Mertxe García Garmilla